Aprender a montar bicicleta es una metáfora poderosa para muchos aspectos de la vida. Todos recordamos esa primera vez en la que alguien —un padre, madre, hermano o amigo— nos sujetó con firmeza mientras pedaleábamos torpemente, temiendo caer. Pero también llegó ese momento inevitable en el que, sin aviso, soltaron el asiento. De repente, nos encontrábamos solos, tambaleantes, entre la posibilidad de avanzar o caer.
La frase "No hubiéramos aprendido a montar bicicleta si alguien en quien confiábamos no nos hubiera soltado" encierra dos grandes lecciones: la importancia de la confianza y el valor del riesgo.
La confianza como punto de partida
Antes de soltarnos, alguien sostuvo el asiento para darnos estabilidad. Ese alguien creyó en nuestro potencial incluso antes de que nosotros lo hiciéramos. En la vida, necesitamos esa misma confianza para lanzarnos a nuevos retos: un mentor que nos guía, un jefe que delega, o incluso un amigo que nos anima. Pero la confianza no solo viene de los demás; también debemos desarrollarla en nosotros mismos.
Cuando alguien confía en nuestras capacidades, nos otorga el permiso para intentarlo. Sin embargo, no se trata solo de depender de esa ayuda; el aprendizaje verdadero ocurre cuando llega el momento de volar solos.
El riesgo y el poder de soltar
Soltar no es fácil. Para quien enseña, soltar implica confiar en que la otra persona estará bien, aunque tambalee y aunque pueda caer. Para quien aprende, significa enfrentarse al miedo, al dolor de una posible caída y a la incertidumbre del camino.
Esto no solo aplica a aprender a montar bicicleta. En el trabajo, los líderes efectivos saben que, para que un equipo crezca, deben soltar el control. En las relaciones, dejamos que nuestros hijos, amigos o parejas tomen sus propias decisiones, aun cuando no sean las que haríamos nosotros. Y en nuestra vida personal, soltamos viejas creencias y zonas de confort para abrir espacio a nuevas posibilidades.
El aprendizaje está en el movimiento
La primera caída es inevitable, pero también lo es el primer logro: ese instante mágico en el que, sin darnos cuenta, estamos pedaleando sin ayuda. No hubiéramos llegado allí si no hubiéramos tomado el riesgo de intentarlo. Lo mismo ocurre con nuestras metas: el crecimiento requiere acción, constancia y, sobre todo, la voluntad de enfrentar los tambaleos.
Así como aprender a montar bicicleta, la vida está llena de momentos en los que debemos confiar y dejarnos soltar. A veces, somos quienes pedaleamos; otras, quienes sostenemos el asiento. En ambos casos, el aprendizaje está garantizado si avanzamos con fe.
Rossemary
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