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La Pena es Amiga de la Derrota


He vivido muchas situaciones en las que la pena ha sido mi peor consejera. En el trabajo, en la familia, en las relaciones personales, siempre hay momentos en los que la pena se cuela y, de alguna manera, toma el control de nuestras decisiones.


Pero lo que he aprendido con el tiempo es que cuando la pena domina, nos frena. Nos deja estancados en una posición de inacción, donde nos justificamos y creemos que, al no actuar, estamos siendo más compasivos. Pero no es así.


Recuerdo situaciones en las que, por ejemplo, con algún colaborador o cliente, sentía pena de ser demasiado directa. Sabía que algo no estaba funcionando, pero pensaba en cómo la persona se iba a sentir, en cómo podría afectar su estado de ánimo. Me decía: "No quiero que se sienta mal, no es el momento de decirle nada". Y así, sin darme cuenta, la pena empezaba a controlar mi respuesta. En lugar de enfrentar la situación, prefería dejarlo pasar, creyendo que estaba haciendo lo correcto. Pero lo que realmente estaba haciendo era evitar resolver el problema, lo que a la larga solo lo hacía más grande.


Lo mismo me sucedía en mi vida personal. Con seres queridos, la pena me llevaba a no decir lo que realmente pensaba, a no poner los límites que necesitaba poner. Temía que mis palabras o acciones pudieran lastimar a las personas cercanas a mí. Por no querer incomodar, por no querer parecer insensible, me callaba o suavizaba tanto mis mensajes que el problema seguía ahí, sin resolverse.


Con el tiempo, me di cuenta de que esa pena que me hacía actuar con cautela y en apariencia con compasión, en realidad, me estaba frenando. No solo estaba evitando enfrentar los conflictos, sino que estaba sacrificando mi bienestar, mi crecimiento y mi capacidad de mejorar tanto en lo personal como en lo profesional. Porque, al dejar que la pena nuble nuestras decisiones, dejamos de ver las cosas con claridad. Actuamos desde el miedo a incomodar, en lugar de desde el compromiso de hacer lo correcto.

Y esto no solo me afectaba a mí.


Al no ser clara, directa y honesta con los demás, les estaba negando la posibilidad de mejorar, de saber qué estaba pasando realmente, de aprender de la situación. En el fondo, por temor a que ellos se sintieran mal, yo estaba contribuyendo a que se mantuvieran en una situación que tampoco era la mejor para ellos. Nos quedábamos todos atrapados en un ciclo de inacción y, al final, lo que parecía ser una decisión por compasión, resultaba ser todo lo contrario.


La pena es una emoción legítima. No digo que debamos ignorarla por completo. Pero lo que he aprendido es que no podemos permitir que sea la única guía de nuestras decisiones. Es importante actuar con empatía, claro, pero la empatía no significa evitar las conversaciones difíciles ni postergar las decisiones que debemos tomar. La empatía real consiste en enfrentarnos a la realidad, a los conflictos, y abordarlos con firmeza y sensibilidad al mismo tiempo.


Ahora, cuando la pena aparece, me detengo y reflexiono. ¿Estoy evitando decir o hacer algo por miedo a incomodar, o porque realmente es lo mejor para la situación? ¿Estoy priorizando la pena sobre la claridad y la objetividad? Hacerme estas preguntas me ha ayudado a actuar con mayor conciencia y a no dejar que la pena se convierta en una excusa para no actuar.


Al final, me di cuenta de que la pena no me estaba ayudando a ser más compasiva ni más amable. Me estaba frenando, me estaba haciendo perder oportunidades de crecimiento y estaba afectando mi capacidad de resolver problemas de manera efectiva. Y lo peor de todo, también estaba impidiendo que las personas con las que interactuaba pudieran recibir la retroalimentación y las respuestas que realmente necesitaban.


La clave está en encontrar un equilibrio. Ser empático no significa evitar la verdad, ni dejar de actuar. Se trata de ser honesto, de enfrentar las situaciones con la firmeza necesaria y al mismo tiempo, con la sensibilidad adecuada. Porque si permitimos que la pena nos domine, terminamos sacrificando la claridad y, en última instancia, la oportunidad de avanzar.


"Cuando dejamos que la pena sea nuestra guía, la objetividad se desvanece; solo enfrentando las situaciones con claridad podemos realmente avanzar."


Rossemary




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