Hace poco, mientras revisaba Instagram, me encontré con una frase que capturó mi atención: "Somos reemplazables en lo que hacemos, pero no en lo que somos".
Ese día, la frase resonó profundamente conmigo, ya que acababa de regresar de una reunión con algunos ex compañeros de trabajo. Fue un encuentro que ellos mismos habían organizado para vernos y pasar un rato juntos, aunque me había despedido de cada uno con una carta personal.
Mientras estábamos ahí, conversando y recordando, comencé a reflexionar sobre el significado de esta frase. Durante años, trabajamos juntos y formamos parte de un equipo, pero lo que realmente quedó claro es que el trabajo que hacía, cualquier otra persona podría haberlo hecho.
Sin embargo, la conexión que construimos y los momentos compartidos eran irremplazables. Lo que yo transmitía como persona, mi esencia y la forma en que me relacionaba con ellos, eso no podía ser reemplazado.
En el ámbito laboral, solemos pensar que somos indispensables, pero la verdad es que las tareas que desempeñamos pueden ser realizadas por otros. Las responsabilidades que tomamos pueden ser aprendidas por alguien más, y el trabajo, en muchos casos, continúa sin nosotros. Es una lección que puede ser difícil de aceptar, pero también es liberadora. Entender que nuestro valor no está únicamente en lo que hacemos, sino en lo que somos como individuos.
Es fácil encontrar a alguien que pueda asumir tu rol, pero nadie más podrá aportar exactamente lo que tú aportas como persona. Las habilidades técnicas se aprenden, los procesos se dominan, pero la forma en que conectas con otros, la empatía, y la autenticidad, son aspectos únicos de cada ser humano.
Durante la reunión con mis ex compañeros, me di cuenta de algo importante: lo que más recordábamos no eran los logros o desafíos laborales, sino las relaciones que construimos. Las veces en que nos apoyamos mutuamente, los momentos de risas, las conversaciones que iban más allá del trabajo. Eso es lo que permanece, eso es lo que nos une.
Lo que somos, lo que transmitimos como seres humanos, no puede ser replicado. Puedes encontrar a alguien que haga tu trabajo, pero no a alguien que sea tú, con tu forma única de ver el mundo, de conectar con otros y de aportar valor en cada interacción. Esa es la verdadera diferencia.
Esta reflexión no solo se aplica en el ámbito profesional, sino también en nuestras relaciones personales. Con nuestros amigos, familiares y seres queridos, la autenticidad y la conexión genuina son lo que realmente importa. A veces, nos enfocamos tanto en nuestras responsabilidades, en ser productivos, que olvidamos lo más valioso: lo que somos como personas.
Al final del día, lo que más recordarán los demás no es cuántos proyectos finalizaste o cuántas tareas completaste, sino cómo los hiciste sentir. La empatía, la bondad, y la autenticidad son lo que nos hacen inolvidables.
Esa reunión me recordó que, aunque nuestras responsabilidades pueden cambiar o ser asumidas por otros, nuestra esencia es lo que realmente deja huella. Así que la próxima vez que te sientas presionado por ser irremplazable en lo que haces, recuerda que lo que realmente importa es quién eres, no solo lo que haces.
"Las habilidades se aprenden, pero lo que eres y lo que transmites a los demás es único e irreemplazable."
Rossemary
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